Los que recuerdan lo hacen muchas veces con lágrimas y con dolor, pensando que la inocencia que habíamos recuperado en los cincuenta años desde el ataque aquel que nos trajo a la segunda guerra mundial había por fin muerto—que esta sería la dolorosa introducción a la adolescencia global que se acompaña con inseguridad frente a nuestra incapacidad de defendernos contra locos, estúpidos, y crueles. Es inevitable recordar ahora como nos sentíamos el día anterior: casi todos los periódicos hablaban solamente de la economía y como su falta de fuerza nos afectaría individualmente; amanecimos quejándonos de la renta atrasada, del carro nuevo que no podríamos comprar hasta diciembre, del juego de video que la niña quería, pero en medio día murieron tres mil inocentes y aunque por un solo momento, todo desapareció y fuimos una nación, un solo grupo bajo ataque. Al día siguiente, todo fue diferente y nunca mas volverá a ser igual.
Gente muere a diario. No hay nada que podamos hacer para evitarlo. Enfermedades, accidentes, la fuerza misma de la naturaleza trae a su fin mas vidas de las que yo jamás podré contar, muchos mas merecedores de larga vida que yo, mucho mas buenos, mas útiles, amables, deseables. Cada paso de exploración requiere paga en sangre. La expansión de nuestra conciencia pide a veces almas y siempre carne como intercambio. Así siempre ha sido; así siempre será. No lloro por los muertos, pues mi fe me lleva a pensar que están en un mejor lugar que este. Lloro por los vivos que ahora se han privado de la riqueza de cada una de esas vidas.
Soy de aquí y por eso lloro mas por los míos que he perdido. Pero soy humano y por eso lloro también por todos los demás que se pierden diario—y ahora para colmo en paga de aquellos que ya lloré. Tantos de ellos mueren en mi defensa, que me siento un poco culpable. Tantos mueres sin haberme conocido que me siento culpable por ese sacrificio—no es necesario. ¿Cómo pedirle a Dios que lo prevenga? Mi fe me dice que El creó el mundo pero nos lo dio a nosotros a mantener. El no interviene. Y sin embargo, en su defensa y en defensa de la patria hemos matado y mataremos a tantos.
Supongo, al final, tendré que usar toda mi fuerza Cristiana y aceptar el golpe—aunque mi Cristiana debilidad me impida dar la otra mejilla. No pediré ojo a cambio de ojo. No es sobre simplificación el decir que mi perdón engendrara perdón de otros. Al contrario, creo, como creo en el Creador mismo, que la paz es lo único que cuesta más que la guerra— ¡y esa es tan cara!
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